El metaverso proyecta una doble existencia de la persona: Nos explica Fernando Zea

El proceso psicológico de la pandemia activó el lado más individualista y solitario del ser humano. La aceleración de la transformación digital tuvo una plataforma forzosa desde una perspectiva “biopolítica» de análisis.
El permanente aislamiento en situación de miedo hizo del usuario un fiel consumidor de entornos digitales, en los que pequeños destellos fueron empujando a la persona a una nueva dimensión de vida.
De repente era posible viajar a conocer un nuevo sitio de manera virtual, como si estuvieras en el lugar pero sin vivenciar sensorialmente y de forma acabada la experiencia.
De forma segmentada y difusa, el usuario comenzó a experimentar una nueva forma de existencia en un espacio intangible, virtual y no atravesado por la pasión de todos los sentidos. Poco a poco se impuso una nueva categoría de análisis… el metaverso. Si bien ya hemos sido parte de probar tecnologías de realidad aumentada, la idea de metaverso o meta-verso presupone algo más…
El punto de partida está en la noción de gobernanza y ésta, si bien tiene su correlato en las disciplinas que estudian la inteligencia artificial, me animo a decir que es propia del mundo blockchain, por cuanto el verdadero cambio se produce con la posibilidad real y concreta de concebir la descentralización de la gobernanza.
Si la premisa inicial establece la descentralización de la gobernanza como posible y verificable, es loable suponer un nuevo continente de manifestación práctica y de obrar del ser que implique una nueva realidad o naturaleza constitutiva.
El arte de la dramatización vuelve a tomar un giro metafórico como en su momento el concepto de persona tuvo anclaje en la construcción conceptual de aquel actor de la vida real que utilizaba ese artefacto para propagar el sonido de la voz en los
teatros de la antigüedad, permitiendo hoy que prediquemos de un ser humano su esencia a partir de la apelación semántica artificial a la terminología de persona.
Este actor de la vida real ahora muda su obrar a la vida virtual, como una configuración dimensional abstracta y necesaria del ser humano que le permite ser en la vida física y ser en la vida virtual, siendo quien es; o bien dejando de ser quien
es para ser quien quiere ser; o bien desconociendo quien es para dejar de ser, y ser lo que el resto quiere que sea.
Este aparente trabalenguas es una evocación de urgencia a la filosofía para asistir al derecho en un nuevo modo de ser que hoy le es incierto, lejano, ambiguo, difuso y, sobre todo, inverosímil.